sábado, 4 de julio de 2015

Parque

Creo haber desperdiciado toda mi vida en el constante rolar de las obligaciones con los demás. Mi boca, reseca por la humedad del atosigante calor, escupe una saliva viscosa, enmarañada del crepitar del ruido, al mediodía, en el centro de la ciudad, y no logro tener sosiego.

Hace dos semanas que ando preguntando por Carmen, la fufita intelectual con la que solía acostarme en los dias de los eternos problemas domésticos que, lo único que conseguían, eran llevarme de nuevo al bar y pedir todas las canciones de cansino dolor que atraviesan como dagas los corazones despechados.

Carmen era ese recondito deambular por las aceras de este parque de locos, travestis, masones y artistas de poca monta. Carmen era enloquecerse con sus enormes tetas y sus quejidos herrumbosos que parecian darle a uno la bienvenida al paraíso. Carmen era alucinar como la mas salvajes de las folladas que pude haber experimentado, para luego terminar en el sofacito de cojines coloridos, en el que luego del sexo y de fumarse un cigarrillo, se sentaba y empezaba con un tono entre hebria y reclacitrante oradora, a gritar los poemas rojos, cuando los vientos de la sublevacion sujetaban esta ciudad con una mirada de cierta mojigateria, enmarañada en los godos gestos y modales que pululaban en las formas y las etiquetas de las calles del centro: el monótono e invariante ritmo de la hipocresía y la doble moral. Carmen era como recordar que el futuro no importaba, como tampoco mis obligaciones para con los clientes,mucho menos mis pleitos en los estrados. Carmen era estar acostado todo el día en el eterno mar alucinante de la congoja que siempre cargo y que nunca me atrevo a conjeturar,para entonces callarla, asumirla y luego despertarse como restablecido de un profundo cansancio del alma. Carmen era saber que fuera de su cuchitril estaba el mundo, los hombres que, con sus caras limpias, hilvanaban el canto monótono de la gris semana. Carmen era salir al parque, leer la prensa, mirar las revistas, entrar al bar. Carmen era ese eterno olor de putica, escondido tras los mas vistosos labiales rojos. Carmen era esa sordina nocturna, ese aquietar calmo donde no existía la familia, los hijos, el trabajo, los litigios. Carmen era ese horadar tremendo entre el sexo , el alcohol y el bazuco, Carmen era todo lo que tenia, cuando en mi casa, a pesar de los lujos, la biblioteca y el estar me parecían como venidos de un sanatorio, en medio de la pulcritud y finos modales que allí reinaban.

Carmen parece seguir siendo ese mar que navega hacia el olvido de mi lejana juventud, descargo otro cigarrillo en la acera, mientras la gente desfila en sus díscolos y callados trajes de humanos.

Al fin, una etiqueta que creo reconocer. Es Carmen. Ha cumplido puntual su cita, se para en frente mío, en su muñeca se ve el antiguo tatuaje de tinta china que representa el triunfo del socialismo en Europa, sus ojos, carentes de brillo y como angustiados ante el peso insoportable de la soledad, se encuentran desorbitados. Trato de hacer un breve recuento de lo que ha sido mi vida durante estos días. El Libertador es testigo de aquella tertulia, mientras vemos pasar los saltimbanquis que se dirigen hacia su espectáculo callejero. Carmen parece no prestarme atención, entiendo perfectamente qué es el efecto que tardíamente genera en todos el consumo adictivo del bazuco, su mirada se escabulle en el sopor de los pasos de los transeúntes, parece no importarle que ya no tengo ni un peso, que vivo de una mísera pensión y que los últimos años, luego de que mi familia me había expulsado de su lado, viví como un campesino mas en unos estrechos cañones de la cordillera central de los Andes antioqueños, en perpetuo exilio del mundo, del alcohol y el bazuco, le dije que deseé mucho tenerla a mi lado, llevármela, pero tenia mucho miedo de volver a la ciudad, de volver a este parque.

La ciudad ya no es la misma, ella parece querer comprender. Han sido sólo algunos años fuera. Recorro con la mirada el tejido del que hoy parece estar constituido el aire de este parque que llevo en mis entrañas, las tertulias parecen haber muerto, el aire bohemio de otros tiempos no está ya, incluso parecen haber emigrado de acá los artistas, ni la filosofia, ni la religion, como tampoco el futbol pareecen habitar en los coloquios habituales.

Me veo fijamente de pies a cabeza, consiento que me corroe el mugre y la suciedad, que no parezco ser ningún anciano ejemplar, y mucho con la capacidad de emitir juicios sobre los demás, para eso son los jueces -pienso en mi antiguo trabajo y río-, de igual manera, mi situación no da para mas allá de un tenue sentimiento de doblegada voluntad. Son solo dos semanas que llevo en Medellín -comienzo de nuevo a hablarle-,al llegar busqué cobijo en una pensión que cuesta algo así como dos dolares, de inmediato salí en tu búsqueda,hoy lo consigo.Es imposible penetrar en tu alma y vos en la mía, ya el vicio de los años y este puto polvo nos deja en el mas completo mutismo. Me duele el dolor que sientes, a tal punto que ni lo puedes expresar, me duelo de mi dolor. Los dolores son incomparables, pero el tuyo y el mismo rayan en la barbarie, ven, vámonos, iremos al campo, allá tengo un corral con gallinas y algunos cultivos de pancoger, de pronto el silencio plácido del campo te hace bien, y borras esos viejos fantasmas de esta ciudad y de este parque, que tanto habitan en tus desvarios.

Carmen empieza entonces un camino largo, como si las puertas del destino se la hubiesen tragado, huye, trata de estar lejos de mí, yo quedo en el canapé que hay a los pies del pedestal del Libertador, miro la monumental catedral de ladrillo, recojo el morral que llevo conmigo, lo abro y deposito en el jardín el cobrizo polvillo que había reservado para la fiesta con Carmen, creo que el viento podrá hacer mejor uso de él.
https://www.youtube.com/watch?v=Vzyyleqa-qw

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