Pasea el viento las hojas de una acera gris. En la entrada
del café se ve un letrero con un afiche de Silvio Rodríguez y alguno de sus
álbumes en los años 80´s.
En su interior solo hay dos tipos: el barman y un hombre d e
mirada ruda que, apenas se percibe de mi irrupción en el lugar, me envía una
mirada con sus ojos grises de cerdo, que me recuerdan la mirada de un carnicero
ante su presa, afilando los cuchillos con los que dará muerte a un inocente
venadillo.
No me siento atemorizada por el vaho húmedo del lugar, ni
por su ambiente de soledad, tristeza, córtame las venas, dame un poco mas de
whisky, trip trip trip.
Creo que un poco de música de Serrat caería muy bien; pido
un trago y ordeno la canción, me dirijo a un rincón y, completamente solícita,
me arrojo al sofá de retazos que se hunde cuando mi enorme culo escurre el aire
que se concentra entre los algodones. Nadie entra al lugar, retiro entonces mi
chaqueta de cuero negro y dejo al descubierto mi brazo y la imagen del che
Guevara esculpida en mi piel por tintas de color rojo y negro.
Creo que la cuestión acá no se trata solo de licor. Me
dirijo al baño. A mi regreso, hay un trago más del que había solicitado, a su
lado hay una nota y en ella decía: ¿Me acompañas a compartir tu soledad?
El hombre con cara de
cerdo me dirige una cómplice sonrisa, sin titubear voy hacia él, un gélido
sabor atraviesa mi garganta. La noche me sorprende dispuesta al sexo, a la
muerte, a lo que me depare el próximo segundo trip trip trip.
No me importa improvisar en el acto, cualquier sencilla
acción puede preceder a mi mas loca actuación. Estoy loca de placer, ese hombre
con cara de cerdo parece algo brusco para una noche calurosa y primaveral,
donde los Angeles parecen reposar a los lados de las calles. Esta noche quiero demencia,
sexo, locura, Medellín, Medellín, Medellín.
Las balas me hicieron puta, el dolor de mi madre me hiceron
actriz, la muerte de mis tíos en el campo me hicieron guerrillera urbana, y esto
bobo hijueputa con cara de cerdo me acaba de convertir en psicópata sexual a partir
de ya.
-
Ven conmigo nene, iremos a mi casa, lleva los
cuchillitos que guardas junto a tu sarnoso ombligo.
El hombre, con su cara pervertida
hacia el sexo, por la acción afrodisiaca del aguardiente, se dirige con
semblante folclórico y me dice:
-
Hola soy Mario, el carnicero con cara de
marrano.
-
No te preocupes nene, no me interesa quién eres,
solo quiero comerte, ¡pero de verdad!
Esta noche la bandeja ésta
servida, consomé de cara de marrano bajo la augusta luz de mi habitación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario