miércoles, 26 de febrero de 2020

Dame tu brillo, ciudad (relato de la obra de la poetisa Marta Quiñonez "dame tu canto ciudad")


Dame tu brillo, ciudad
Breve esbozo interpretativo  sobre “Dame tu canto ciudad” de Marta Quiñonez
                                                                                                                                                           “el artista, por definición,
                                                                                                                              aprende muy pronto a soportar la soledad
                                                                                                                                en nombre de la creación de la obra”. C.F

Cuando Borís Abramovich Ansky[1] descubrió que su carrera literaria irremediablemente lo llevaría al suicidio o a cometer una locura semejante, tuvo que aceptar la insensatez de su destino  y el delirio que produce amparar la existencia bajo cualquier ideología; sus cuentos, que en otrora fueron un fenómeno literario para la revolución rusa lo habían ido apartando un poco del partido, un poco de la vida social moscovita y un poco de los amigos intelectuales con los que frecuentaba tertulias; decidió volver al cantón polaco de donde había salido siguiendo las ideas comunistas y regresar allí, para luego, en una empalizada construida por su padre para esconderse de los sabuesos que sabría irían en su búsqueda, hacer memoria de su existencia. Recopiló  toda su vida en las páginas de un cuaderno que algunos años más tarde el soldado Hans Reiter habría de encontrar y cuyo material fue el insumo que el joven prusiano requería para convertirse en escritor; lejos de la urbe rusa, Amsky había dedicado esta escritura a desentrañar el ocaso y alba de su vida, escribiéndolo casi todo de un tirón, descansando apenas cuando el sueño vencía el mundo de apariencia y realidad que gobernaba sus días después de todas las locuras vividas durante la Segunda Gran Guerra y en medio de la revolución rusa.
Quizá por eso mismo, Marta Quiñonez, ha comprendido que en este país, en nombre de la buena moral, la paz y las libertades sociales, se han cometido bastantes atropellos. Atropellos que el poeta siente cabalgar por su alma y trepar por su piel para depositarse en la cabeza, poner en letras toda esa putería que se carga cuando la insensatez de nuestros gobernantes imposibilita nuestros sueños y vuelve austera la existencia.  En su obra “Dame tu canto ciudad”, Medellín parece un río rojo por donde corre poesía de horror, por su apariencia bermeja podríamos creer que se trata de sangre, pero luego aprendemos que no solo puede ser sangre, también puede ser  el reflejo del sol de los atardeceres veraniegos, cuando el firmamento parece incendiarse en el epilogo o inicio del día. La ciudad es la misma aldea de terror que a la vez  invita a fantasear, a creer en hadas o superhéroes y no solo en asesinos y malvados; es la ciudad de Pablo Escobar, la misma a la que cantó Gonzalo y José Manuel Arango. No podemos tratar de encontrar en esta obra una apología política o social enfrascada en un discurso onírico; la poesía es ante todo pasión, pasión de contar los fenómenos que transcurren mientras nuestra mirada se ocupa de otras cosas, solo podemos saber  que los habitantes de Medellín, sin excepción alguna, podrían recitar: Siento en mi adentro/una ciudad enternecida/vibrante/en su luz/en su ceguera. Seguimos ciegos pero no de obnubilación, sino de tragedia, Una tristeza vagabunda/ un desanimo de amor citadino. Quizá al igual que Amsky, Marta quisiera estar al lado de su mar natal y escribir allí, pero la velocidad de esta ciudad la atrapan y le dan a su mirada provinciana la sensación del ser humano que es capaz de devastarlo todo, ella que bien conoce que Uno se va agotando/de ser mujer o de ser hombre/urbano y ve  El hombre como depredador del mundo y el poeta de la palabra. Tampoco intentaremos dilucidar cómo le impregno a Marta la trascendencia o sensación de vivir  en la zona  noroccidental, en esa precisa éopoca, los comienzos juveniles de una mujer rebelde y con retos; ella dice que su nombre es canto de guerra y amor, dos polaridades luchando al interior de un ser humano, teniendo la noche como espacio de la locura y el ensueño, de la muerte y la angustia, su propósito parece ser  arrebatarle el delirio a lo real y afincarle un poco de locura a la tragedia, por eso La calleja soñolienta/ se impone a la vista de los insomnes. Ella, noctámbula por naturaleza, se reconoce en la soledad y silencio de la noche, ese silencio que tanto le inquieta y al que le cuesta llegar en medio de las atrocidades y epifanías que rondan su cabeza.  Ella sabe muy bien, como lo saben los poetas de carne y hueso, aquellos que  crearon su obra a la intemperie, que la noche avanza/sobre un rostro/ que adivino el mío. Tal vez porque en la noche el poeta se encuentra con su verdadero rostro. Pero en ella, al igual que en Amsky le sucedía con Rusia, los campos y ciudades  de este país amnésico sacuden sus emociones, es cuando el  oficio le pide a gritos darle a eso que sabe hacer, y escribe cosas tan de ella como tan de su país: Quedo/como los pueblos fantasmas de mi patria. Y ante los fenómenos rudos de Colombia, que se han ido normalizando porque nuestros oídos y retina se han acostumbrado, con el paso de las noches y de las violencias que se relevan vicariamente sobre los campos y barriadas de Colombia, a morir y desfallecer, los colombianos Nos sostenemos en un mutismo, una forma de negar el delito que se comete con la vida ; además La sangre corre como un río/por tus calles, Marta habita la ciudad que agoniza y la que elucubra, la que padece y la que se emociona, ambas ciudades en una sola disputándose la perspectiva de su poesía. Tampoco nos puede ser permitido analizar a la poeta desde una perspectiva académica. Cuando la conocí, en la facultad de educación de mi universidad, comprendí  con un solo discurso el objetivo y la búsqueda del curso que dirigía y lo vuelvo a comprender cuando leo: Las niñas reclaman su alegría/tú Medellín/les ofrendas tu indiferencia y Hoy no hay temor de ser/ cuando ayer/ fuimos la muerte. A los poetas solo se les puede medir con el rasero de la carne y allí todos somos traficantes de algo, de cualquier  elemento físico o etéreo que ha caminado siempre con nosotros, un elemento trascendental desde el que definimos la vida y nos aferramos a ella y le encontramos cierto valor a la vez que cierto desprecio, un elemento que, finalmente, solo procura simbolizar con nosotros y establecer un punto fijo para referenciar o nombrar el caos desde el que hemos venido floreciendo, por  ello Andamos solos en el laberinto original, le cantamos a la ciudad y ese canto es también plegaría.
PT: Agradezco a mi profe Marta por “elegirme como salvación de sus versos”.

Jhony Gallego (Mandrágora)




[1] Roberto Bolaño. 2666

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